Adiós a José Manuel Vilabella, el genial maestro de la Gastronomía escrita

                                                                                

Querido José Manuel, te has ido y me he enterado por las redes sociales. Una desgracia propia de estos tiempos voraginosos, poco amables y también groseros.

He tenido la suerte de conocerte en 1993 cuando te entrevisté en Radio Asturias por la presentación de aquel libro "Cuerda de santos, infames y profetas" y, desde entonces, más de 30 años de amistad intermitente, que es de las buenas.                                                                                      

La vida, ese torrente que nos arrastra sin piedad, no impidió que siguiéramos en contacto. Sobre todo, más intensamente en la pandemia en la que te encerraste en tu casa superando el año de enclaustramiento y cuando intercambiamos mensajes de valor incalculable ahora para mí.

Pienso que eso, y la desaparición de tu esposa Adela, te marcó y ahí comenzaste un camino hacia la despedida.

Siempre te recordaré a través de tu voz, de tu verbo: sabio, certero, divertido, irónico, suave, mordaz, a veces extremo... pero siempre empapado de la calidad que emanan los seres sensibles como eras tú.

Gracias por tu presencia en nuestras tertulias radiofónicas en las que opinabas, sobre todo, de Gastonomía y de la vida, en general, siempre bajo tu prisma. 

Gracias por compartir conmigo la noticia de los premios que te iban dando desde nuestras primeras conversaciones. Ese Premio Nacional de Gastronomía en 2002 tan merecido, ese Premio Álvaro Cunqueiro, todos tus libros, publicaciones...

Gracias por tu invitación a aquel almuerzo en vuestra casa de Hevia, rodeados por vuestros amigos, gracias por tu presencia en mi vida, amistad de corredor de fondo, con esa gran cantidad de frases cariñosas, entregadas... 

                                                                               


Nuestros últimos contactos, vía whatsap y, en alguna ocasión con un café, vino, o breve almuerzo, ya me indicaban que tu estado de ánimo era un poco frágil. Tú mismo me lo decías. 

No obstante, aún tuviste la voluntad de seguir escribiendo y, en la soledad de tu casa, te preparabas unas veladas que me describías en nuestros mensajes que guardaré como oro en paño, como pequeñas cuartillas-joya, con cortos textos descriptivos, maravillosos, en los que incluías, sin tú saberlo, probablemente, tu voz, tu entonación, tu ímpetu. Porque a tí, leerte es escucharte, magnífico Vilabella.                                                                          

                                                                               

Gracias, genial amigo. 

Sé que me estás leyendo y que me estás escuchando, porque tú eres de esas personas que, aunque se hayan muerto (qué grosería, tratándose de tí), aunque hayan pasado al otro lado, siempre estarás muy vivo entre nosotros porque tú estabas hecho de otra pasta.                                                                              

Descansa en paz, Jose, querido. Lo deseabas y te lo merecías. Buen viaje. Ni la muerte nos separará.                                                                     

¡Qué suerte van a tener los que te reciban. Os llega un genio muy inteligente y muy divertido! 



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